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La desunión como sentencia

Trabajar en colectivo requiere humildad, ceder espacio, entender que no todo tiene que girar en torno a uno. Y eso, lamentablemente, escasea

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Hay algo que me viene molestando hace rato y ya no lo puede seguir ignorando: la desunión que nos está comiendo por dentro. La comunidad LGBTQ+ en Puerto Rico parece más desconectada que nunca. Cada cual anda en su esquina, cuidando su rancho, su nombre, su imagen, como si estuviéramos compitiendo por un trofeo que no existe.

Nos hemos acostumbrado a lucirnos en redes y en eventos, pero no a hablar entre nosotros. Sí, hay esfuerzos súper meritorios y gente comprometida, pero casi siempre trabajan aislados, sin una visión en conjunto. Las organizaciones funcionan como islas dentro de la Isla, peleando por los mismos recursos, por la misma atención. Mientras tanto, afuera el panorama se complica: leyes retrógradas, discursos de odio normalizados y una juventud queer que crece sin referentes estables ni estructuras que les sostengan… más pendiente a ser fierce y “perras” que a su propio bienestar, más entregada al jangueo y la tina que a la responsabilidad social y política que estos tiempos reclaman.

Comunicación rota, puentes sin construir

La falta de comunicación entre los distintos sectores es brutal. No existen espacios reales en donde activistas, artistas, organizaciones, emprendedores, periodistas y líderes comunitarios puedan sentarse a compartir estrategias, información y apoyo. Cada quien está en su película, en su “lolin”… y así no hay manera de construir poder.
Esta desconexión nos está pasando factura. Cuando vienen los ataques —porque vienen y van a seguir viniendo, como nos anticipó hace unos meses el exgobernador Acevedo Vilá—, reaccionamos tarde, dispersos, sin fuerza. Solo la Federación LGBTQ+ de Puerto Rico tiene la conciencia de reaccionar con rapidez y contundencia, pero hace falta más. No es que no podamos, es que no hablamos entre nosotros. Y sin comunicación no hay coordinación. Sin coordinación, no hay fuerza. Así de simple.

El ego como enemigo silencioso

Y aquí viene lo más incómodo de esta vaina: el ego nos está matando. Las cosas como son, como dice el amigo y analista profesor Ángel Rosa. El afán de protagonismo está por encima del compromiso, y el brillo personal pesa más que el bien común. Hay demasiados proyectos que se caen porque alguien no quiere soltar el control o compartir crédito, o porque hacemos que se estrellen… por acción o por omisión. ¿Si todos somos “estrellas”, a quién le vendemos los boletos para llenar la sala teatral?

Trabajar en colectivo requiere humildad, ceder espacio, entender que no todo tiene que girar en torno a uno. Y eso, lamentablemente, escasea. Lo más triste es que ni siquiera apoyamos a quienes sí están ahí, sosteniendo espacios que nos visibilizan y nos defienden. Pride Society Magazine (este medio que me honro en editar), por ejemplo, es la única plataforma mediática que atiende de lleno a nuestra comunidad… y aun así, muchas veces debemos rogar por respaldo de la misma gente a la que le servimos. Eso debería darnos vergüenza.

La solidaridad no puede ser opcional

La solidaridad no es un lujo: es la base de todo. Sin apoyo mutuo, ningún medio sobrevive, ninguna organización se sostiene y ninguna lucha se gana. Lo que estamos haciendo ahora —cada cual por su cuenta— nos va a llevar directo al fracaso.
Ya hay señales: proyectos de ley que amenazan derechos, campañas de odio cada vez más visibles, y una sociedad que empieza a mirarnos con indiferencia otra vez. Si seguimos en esta onda de “yo primero” y “lo mío va primero”, nos vamos a quedar sin nada.

Un llamado urgente

Nuestra comunidad no está perdida, pero sí está en riesgo. Y el riesgo no viene solo de afuera: viene de adentro, de la dejadez, del ego y de la falta de sentido colectivo.

Es hora de hablar, de escucharnos, de armar estrategias juntos. De dejar el “yo” por un rato y volver al “nosotros”, “nosotras”, “nosotres”. Porque ningún logro vale la pena si no lo compartimos, y ninguna causa sobrevive sin redes de apoyo reales.

La historia no perdona la indiferencia. Si seguimos como vamos, nos vamos a hundir… solitos, solitas y solites. Aún estamos a tiempo de cambiar el rumbo, pero tenemos que hacerlo juntos. Nadie más lo va a hacer por nosotros.

Si no despertamos, otros decidirán por nosotros… y eso no nos va a gustar. Ténganlo por seguro. Y le robo a la amiga Uka Green su célebre frase: “A mover el culete”. ¡Carajo!

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