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El Papa Americano: Cuando el Espíritu sopla en dirección inesperada

Reflexión ante la elección del Papa León XIV

SAN JUAN, Puerto Rico

Por el Rev. Ignacio Estrada Cepero, para Pride Society Magazine

Una vez más, el humo blanco nos detuvo el corazón.
Una vez más, el mundo se asomó al balcón de San Pedro para escuchar un nombre.
Y no fue solo un nombre. Fue un signo.
Robert Francis Prevost, nacido en Chicago, de raíces latinas y miembro de la Orden de San Agustín, ha sido elegido como el Papa número 267 de la historia.
Hoy lo conocemos como León XIV.

Pero más allá del protocolo, de la tradición milenaria o de los titulares de prensa, esta elección interpela nuestras almas. Porque no estamos en un tiempo común. La Iglesia no está en un momento de calma. La humanidad no vive un capítulo más. Vivimos tiempos de urgencia profética. Y la elección de un nuevo Papa no puede reducirse a un acto ceremonial, sino que debe leerse como un acto del Espíritu en medio del caos.

Un Papa de corazón agustiniano

Mucho se dirá de su pasaporte, de su idioma natal, de sus cargos en la Curia. Pero quizás lo más revelador es su pertenencia a la espiritualidad agustiniana. San Agustín fue el buscador incansable, el hombre del corazón inquieto, el pecador reconciliado por la gracia. Fue pastor y teólogo, contemplativo y reformador. En su legado no hay espacio para la tibieza.

Y quizás eso mismo espera hoy el Pueblo de Dios: un pastor con el corazón ardiente, inquieto por la justicia, inquieto por el Reino.

Prevost fue misionero en Perú durante años. Caminó con los pobres, habló español mucho antes de que la Curia romana lo hiciera por cortesía, vivió en la periferia antes de que Francisco popularizara esa palabra. Su vida ha sido, de algún modo, un puente entre mundos, entre culturas, entre sensibilidades pastorales.

¿Un puente o una muralla?

Esa es la pregunta que nos hace esta hora. Porque la Iglesia, en este momento, está en la cuerda floja.
Un paso puede acercarla al Reino.
Otro, puede devolverla a las cavernas del dogma vacío.

¿Qué hará León XIV con el legado de Francisco?
Francisco abrió ventanas. Habló de sinodalidad, de inclusión, de una Iglesia pobre para los pobres. Nombró cardenales de las periferias, denunció la idolatría del mercado, abrazó a personas trans, escuchó a víctimas de abusos, y pidió perdón en nombre de una Iglesia que muchas veces se ha olvidado del Evangelio.

León XIV tiene ahora en sus manos la decisión:
¿Continuará esa reforma o apagará sus brasas?
¿Escuchará al Pueblo o se rodeará del poder clerical?
¿Permanecerá con los que sufren o buscará complacer a quienes temen el cambio?

In illo uno unum

“En aquel único, uno”

Este es el lema elegido por León XIV.
Y no es un simple eslogan. Es una clave espiritual.
Es la memoria viva de San Agustín, quien comprendía que la verdadera unidad de la humanidad solo puede nacer de Cristo, el único en quien todo se reconcilia.
En un mundo dividido, polarizado, excluyente, este lema puede ser un llamado:
a construir comunión, no uniformidad;
a abrazar la diversidad, no temerla;
a ver a Cristo en el rostro del otro, aunque piense distinto.

La Iglesia necesita unidad, sí, pero no a costa del silencio.
No podemos ser uno si marginamos, si callamos, si tememos a la verdad.

Si el Señor no construye la casa…

Ante esta nueva etapa de la Iglesia universal, no podemos dejar de orar con las palabras del Salmo 127:
“Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles.”

Porque no se trata de levantar estructuras vacías,
ni de sostener un sistema desgastado,
ni de fingir paz donde hay heridas abiertas.

El Reino de Dios no se construye con mármol ni con discursos.
Se construye con justicia, compasión y verdad.
Y si esa casa no tiene al Crucificado en su centro —al marginado, al quebrantado, al inmigrante, al excluido— no es casa de Dios.

No necesitamos un Papa administrador

Necesitamos un testigo del Evangelio.
Un hombre de oración y de calle.
De teología y de ternura.
De firmeza y de escucha.

León XIV, que tu corazón agustino no se adormezca.
Que recuerdes que el Espíritu sopla donde quiere, no donde conviene.
Que el Pueblo de Dios no está esperando protocolos, sino señales de Reino.
Y que no basta con unir desde arriba,
es necesario abrazar desde abajo.

Porque como escribió Agustín:
«En las cosas necesarias, unidad; en las dudosas, libertad; en todas, caridad.»

Y como dice el salmo:
“Dichosa la persona que teme al Señor y camina por sus caminos.”
Que no temas.
Que camines.
Y que conduzcas no hacia el pasado glorificado,
sino hacia el futuro que el Espíritu sigue anunciando con poder y con fuego.

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