La inclusión no es un tema para vivir ‘de’ ella, sino para vivir ‘en’ ella
SAN JUAN, Puerto Rico
Por Rev. Ignacio Estrada Cepero, para Pride Society Magazine
“Inclusivo” o “inclusiva”. Palabras que hoy se repiten en campañas, discursos, declaraciones, pancartas e incluso en espacios de fe. Algunos las usan como estandarte, otros las miran con sospecha. Pero más allá de modas o etiquetas, la inclusión es un llamado que nace del corazón mismo del Evangelio.
Jesús no necesitó usar esa palabra. No hizo teoría sobre la inclusión: la vivió. Tocó a los enfermos, abrazó a las marginadas, escuchó a los que no contaban, comió con los rechazados, levantó a quienes la ley y la religión habían aplastado. Su vida fue una práctica radical del amor sin condiciones. Y en eso consiste la inclusión verdadera.
Hoy, sin embargo, la inclusión también se ha vuelto mercancía. Se comercializa, se monetiza, se manipula. Pero vale la pena decirlo con firmeza: la inclusión no es un tema para vivir de ella, sino para vivir en ella. No se trata de beneficiarse de su discurso, sino de encarnarla como una forma de vida. Como una ética cotidiana. Como un compromiso espiritual y político, profundamente humano.
Y aquí es vital hacer una aclaración: la inclusión no es una imposición, ni una agenda de poder, como muchos insisten. No tiene que ver con la ideología de género, ni con el llamado movimiento woke, ni con banderas de derecha o de izquierda. La inclusión no es patrimonio de ningún partido ni colectivo. Es un tema que nos involucra a todas las personas por igual, porque se trata de lo esencial: el derecho pleno de todo ser humano a su dignidad y su libertad.
No hablamos de aceptación desde arriba. No hablamos de tolerancia como concesión. Hablamos de derechos. De igualdad. De justicia.
Y en este camino, es urgente hacernos una pregunta: ¿estamos dispuestos no solo a ser incluidos, sino también a incluir? Muchas veces, cuando hemos sido finalmente recibidos, olvidamos cómo se siente estar afuera. Y desde adentro, repetimos los mismos mecanismos que antes nos lastimaban. La verdadera inclusión no termina cuando nos abren la puerta: comienza cuando aprendemos a abrirla también nosotros para los demás.
Pero no se trata solo de incluir al otro. También debemos aprender a incluirnos a nosotros mismos. A reconocer nuestras propias heridas. A reconciliarnos con nuestras verdades. A mirar nuestra historia con compasión. Porque nadie puede incluir de verdad si aún no se ha aceptado.
Pienso en una canción profundamente humana del cantautor puertorriqueño Eric Vier. Se llama “Un ser humano más”, y su letra nos recuerda lo esencial: que nadie es más ni menos. Que todos somos, al final, eso: un ser humano más. Sin etiquetas. Sin estigmas. Sin condiciones.
En tiempos en los que el odio se disfraza de ideología, en los que el poder organiza el rechazo y lo institucionaliza, hablar de inclusión se vuelve un acto profético. Pero más urgente aún es vivirla. Convertirla en práctica. En abrazo. En política del Reino.
Porque incluir es amar. Y amar como Jesús —sin condiciones, sin fronteras, sin prejuicios— es el mayor acto de fe que podemos ofrecer al mundo.