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No llevan sotanas ni cuernos. Llevan historia, arte y humanidad

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Muchas veces, cuando escuchamos la palabra “Drag Queen”, se activa de inmediato un resorte de prejuicio. Se fruncen los rostros, se endurecen las posturas, se alzan murallas invisibles que impiden ver más allá del maquillaje y las lentejuelas. Pero el arte Drag no es una caricatura. No es una broma. No es perversión. Es historia. Es teatro. Es cultura. Es humanidad en movimiento.

El origen del Drag se remonta al siglo XVI, cuando en los teatros de Inglaterra y otras partes de Europa a las mujeres se les prohibía actuar. Los hombres asumían entonces los papeles femeninos en escena. No lo hacían para escandalizar. Lo hacían porque era la única forma de contar la historia. Aquellos artistas, sin saberlo, estaban dando origen a una expresión que siglos más tarde seguiría reinventándose: el arte de transformarse para decir algo más grande que uno mismo.

La palabra Drag tiene muchas teorías de origen: algunos la asocian al acrónimo “Dressed Resembling A Girl”, otros al simple hecho de “dragging” (arrastrar) las faldas por el escenario. Pero lo más importante no es de dónde viene la palabra, sino hasta dónde ha llegado la fuerza de este arte. El Drag ha sido sátira, denuncia, performance, resistencia, liberación, fiesta y también dolor.

Hoy, mientras algunos sectores intentan censurar o ridiculizar esta expresión, conviene recordar que el Drag no tiene que ver con identidad sexual ni con una sola forma de vivir el género. Es una manifestación artística que puede ser encarnada por cualquier persona que tenga algo que decir desde la exageración, la belleza, el absurdo o la verdad. No es una burla de lo femenino. Es una celebración de lo humano.

En medio de esta historia viva, nombres contemporáneos brillan con luz propia. Horacio Potasio, joven artista mexicano que impactó en la segunda temporada de Drag Race México, es mucho más que un rostro hermoso o un finalista talentoso. Horacio es un bailarín de formación profesional, un creador disciplinado, un intérprete de emociones complejas que ha sabido fusionar técnica y sensibilidad en cada paso. Su arte habla de una generación que no teme mostrarse tal como es.

Desde Puerto Rico, Alyssa Hunter lleva con orgullo la bandera boricua a los escenarios del mundo.

Participante destacada de RuPaul’s Drag Race y de la más reciente edición de All Stars, Alyssa representa el poder del glamour, la elegancia y la tradición del pageantry latino. Cada vez que pisa el escenario, representa a una isla que lucha por hacerse escuchar.

Y también desde una trinchera diferente, Drag Orco emerge como una figura indispensable: disruptivo, teatral, radical. Su propuesta es cruda, irreverente, política. Orco no embellece: sacude. Y en ese sacudir nos obliga a repensar el cuerpo, la imagen, el arte y los límites que la sociedad impone. Es Drag en su forma más incómoda y más necesaria.

Alyssa Hunter lleva con orgullo la bandera boricua a los escenarios del mundo. Foto | Instagram

Detrás de cada Drag hay un ser humano. Un hijo, una hija, una persona con nombre, historia, miedos y sueños. Alguien que un día decidió subirse a un escenario y decir con su cuerpo lo que otros no se atreven a decir con palabras. En un mundo donde se exige tantas veces encajar, el Drag es una declaración viva de que lo diferente también merece existir.

Este artículo es un reconocimiento. A todos los que alguna vez se maquillaron frente a un espejo sin saber si serían aplaudidos o apedreados. A los que han hecho del arte un espacio de libertad. A los que no representan un demonio ni un peligro, sino un espejo: uno donde podemos ver lo valientes que podríamos ser si también nos atreviéramos a mostrarnos sin miedo.

El Drag no es pecado. El pecado es la ignorancia que lo condena. No llevan sotanas ni cuernos. Llevan luz, llevan historia, llevan humanidad. Y frente a ellos, solo queda una respuesta digna: aplaudir.

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