Share This Article
Mientras en algunos estados se ordena retirar los símbolos del arcoíris de espacios públicos, hay templos que los están pintando en sus propias fachadas
SAN JUAN, Puerto Rico
Por Rev. Ignacio Estrada Cepero, para Pride Society Magazine
En medio de un clima político cada vez más tenso y de nuevas políticas que amenazan los derechos alcanzados por la comunidad LGBTQ+, varias iglesias en los Estados Unidos han decidido alzar su voz de una forma distinta: con color.
Mientras en algunos estados se ordena retirar los símbolos del arcoíris de espacios públicos, hay templos que los están pintando en sus propias fachadas. En Texas, por ejemplo, la Oak Lawn United Methodist Church, ubicada en Dallas, transformó recientemente las escaleras de su templo en una bandera multicolor. Lo hizo pocos días después de que el gobernador Greg Abbott ordenara eliminar los cruces peatonales pintados con los colores de la diversidad, bajo el argumento de que representan una “ideología política”.
La respuesta de esta comunidad religiosa fue inmediata. Su pastora, Rachel Griffin-Allison, explicó que la iniciativa busca recordar que “toda persona está creada a imagen de Dios, y merece seguridad, dignidad y pertenencia”. La pintura de los escalones no fue solo una reacción política, sino un gesto simbólico que reafirma la inclusión como valor esencial dentro de la vida comunitaria.
Oak Lawn no es un caso aislado. En los últimos meses, otras congregaciones en diferentes estados —metodistas, episcopales, luteranas y de la United Church of Christ— han realizado acciones similares: pintar sus escaleras, izar banderas, iluminar sus vitrales o colocar letreros con los colores del arcoíris. Para muchas de ellas, no se trata de un acto de protesta, sino de una declaración de hospitalidad y compromiso con la dignidad humana.
La organización Open and Affirming Coalition, que agrupa a cientos de congregaciones inclusivas, sostiene que un símbolo visible puede cambiar la historia de alguien que busca un espacio seguro para orar, reunirse o simplemente ser. “Ver una bandera o un mural arcoíris en una iglesia puede tener un efecto sanador”, señalan. “Transmite la idea de que hay un lugar donde uno puede existir sin miedo”.
Sin embargo, los líderes de estas iglesias reconocen que el símbolo no basta. El desafío es mantener coherencia entre lo que se pinta afuera y lo que se vive adentro. Convertirse en un santuario real implica acompañar a quienes siguen siendo marginados por su orientación o identidad de género, ofrecer apoyo, y abrir espacios de conversación y escucha en tiempos de polarización.
En un país donde los debates sobre derechos civiles se intensifican, el gesto de pintar una escalera o una pared con los colores del arcoíris puede parecer pequeño. Pero, en realidad, es una forma de resistencia. Es una manera de recordar que la diversidad no es una amenaza, sino parte esencial de la humanidad.
Los colores que algunos quieren borrar siguen apareciendo en las puertas de los templos, en las escaleras y en los campanarios. No como provocación, sino como señal de vida. Porque, más allá de credos o ideologías, lo que permanece es el derecho de cada persona a existir con dignidad, sin miedo y con esperanza.
