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Francisco, el Papa que rompió moldes y amó sin fronteras

Francisco se despidió del mundo desde la ciudad eterna, sin alardes, fiel a su estilo de humildad y servicio

SAN JUAN, Puerto Rico

Por Rev. Ignacio Estrada Cepero, para Pride Society Magazine

En la tarde de este martes, los restos de Su Santidad el Papa Francisco fueron trasladados a la Basílica de San Pedro, donde permanecerán por varios días para recibir el tributo de un mundo que lo despide con respeto y gratitud. No solo acudirán miles de fieles, sino también líderes mundiales, jefes de Estado y de gobierno, monarcas, representantes de distintas religiones y confesiones, y miembros del clero de todos los continentes. Todos se reunirán bajo la cúpula de Miguel Ángel para honrar la vida de un hombre que, con sus gestos, silencios, decisiones y palabras, marcó un antes y un después en la historia de la Iglesia y del mundo.

Francisco, el primer Papa latinoamericano, nació en una tierra que no volvió a visitar después de su elección, y en la que tampoco murió. A diferencia de Juan Pablo II y Benedicto XVI —quienes regresaron a sus países natales durante sus pontificados—, Francisco se despidió del mundo desde la ciudad eterna, sin alardes, fiel a su estilo de humildad y servicio. Su muerte no solo deja vacante la sede de Pedro: deja abierta una pregunta vital para el cristianismo de nuestro tiempo.

¿Qué será de la Iglesia después de Francisco?
¿Seguirá el camino de reformas que él inició con valentía, o intentará dar marcha atrás, cerrando las brechas de esperanza que su pontificado abrió para tantos y tantas? Esta es la pregunta que hoy recorre pasillos, templos, conventos y corazones. Porque Francisco no fue un Papa de discursos cómodos. Fue un pastor de pasos incómodos, de manos tendidas, de gestos audaces que a veces desconcertaron, y otras tantas, conmovieron al mundo entero.

Desde el inicio de su pontificado, Jorge Mario Bergoglio decidió no ser un Papa de oropeles. Eligió la Casa de Santa Marta en lugar del Palacio Apostólico, saludó con un “buonasera” desde el balcón de San Pedro, y bendijo al mundo pidiendo primero ser bendecido. Así comenzó un camino que incomodó a muchos dentro de la misma Iglesia, especialmente a los sectores más conservadores que vieron con recelo sus palabras sobre la misericordia, la inclusión y la reforma institucional.

Un hombre con luces y sombras, como todos
No faltaron críticas durante su pontificado: su cercanía con algunos gobiernos de izquierda, su silencio ante ciertas denuncias, su negativa a recibir a algunos grupos como el de los cubanos que viajaron a Roma para denunciar la situación de su país. No pretendo minimizar esas sombras ni encender polémicas. Pero sí me parece necesario recordar que fue, ante todo, un ser humano. Y que, como todos los grandes líderes, su vida debe ser leída en su totalidad, no en fragmentos.

Porque si algo distinguió a Francisco fue su mirada. Una mirada que no juzgaba desde el dogma, sino que abrazaba desde la compasión. Esa misma mirada que se detuvo ante personas sin hogar, que se inclinó para besar a niños con discapacidades, que se detuvo para orar junto a mujeres y hombres en los márgenes. Habló con fuerza contra la cultura del descarte, defendió a la creación con su encíclica Laudato Si’, denunció el clericalismo y abrió caminos para la participación de la mujer en la Iglesia como nunca antes.

Francisco fue un puente en tiempos de muros
Fue voz profética para la comunidad LGBTQ+, defensor de los migrantes, de los pobres, de la tierra. Rompió con protocolos de seguridad para abrazar la vida. Denunció la idolatría del dinero, la falta de coherencia de los poderosos, y nos recordó que el Evangelio se vive con los pies en la tierra, con las manos en el barro y el corazón en Dios.

Hasta el final, eligió el despojo. Lo pidió en su testamento: nada de riquezas, nada de títulos. Solo su nombre. Francisco. Como el santo de Asís al que quiso parecerse.

Muy pronto, Francisco descansará a los pies de la Virgen que tanto amó, aquella ante quien tantas veces se detuvo a orar. Y sobre su tumba no habrá esculturas de mármol ni palabras grandilocuentes. Solo su nombre grabado en piedra. Pero su memoria quedará esculpida en la conciencia de quienes soñamos con una Iglesia más humana, más fraterna, más viva.

Francisco no fue perfecto. Pero sí fue valiente. Y la valentía, cuando se conjuga con ternura, con fe, con servicio, se convierte en un legado que ninguna historia oficial podrá borrar.

Descansa en paz, querido Francisco. Tú, que no buscaste ser comprendido, sino ser fiel. Tú, que elegiste amar hasta que te doliera. Tú, que hiciste de tu pontificado un gesto de Evangelio.

No te preocupes. Las personas como tú siempre dejan huella. Y, aunque a algunos les incomode, será imposible silenciar lo que ya has sembrado en el corazón del mundo.

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