El asunto se resume a este punto: el dinero que hay que generar. Ya no los enseñó Maquiavelo que el fin justifica los medios
SAN JUAN, Puerto Rico
Por Luis Daniel Estrada Santiago, autor, dramaturgo y director teatral
Laboré en el Centro de Bellas Artes de Santurce por treinta años. Cuando comencé en el mismo, la experiencia teatral era muy diferente a la que hoy experimentamos. El teatro era una especie de templo, tanto para los que laborábamos en él -dentro y fuera del escenario- como para el público que acudía con el respeto que eso conlleva.
El mundo ha ido evolucionando, aunque a veces creo que “involucianando”. Ir ahora al teatro no necesariamente es una experiencia enriquecedora o sublime. Acudir ahora no es justamente un acto en el que vamos a presenciar una puesta en escena para disfrutar y las ejecutorias de los actores.
Antes, cuando íbamos al teatro, comenzábamos por la selección del atuendo que nos pondríamos. Ahora no. En la actualidad, muchas personas llegan a las puertas de las salas en pantalones cortos, en chancletas, en camisillas y se indignan cuando se les informa que el teatro tiene unas normas y códigos de vestimenta por la cual no se permiten los pantalones cortos. En sus posiciones intentan responsabilizar al Teatro de su desconocimiento de las normas establecidas por la administración, como si eso los eximiera de sus responsabilidades.
Antes, cuando íbamos al teatro, comíamos antes o después de la función. ¿Ahora? Ahora no tiene que preocuparse por eso. En los vestíbulos de las salas tenemos café, bizcochos, dulces, papitas en bolsas, palomitas de maíz, en fin, una amplia selección para satisfacer el hambre en una sala de teatro. Antes, era prohibido entrar cualquier cosa a la sala, fuera comida o bebida. ¿Ahora? Ahora parece que en lugar de estar apreciando una pieza teatral, estamos compartiendo en las marquesinas de nuestras casas, en donde el público entra con sus piscolabis o bebidas… Y si el traguito se les ha terminado, se levantan con la mayor naturalidad para ir por más y regresar interrumpiendo al que está sentado, cortando casi siempre las emociones por las que se viven cuando uno está presenciando una obra teatral.
Y es que el mundo ha cambiado tanto, que ahora es más importante lo que está alrededor del teatro que el teatro mismo. Los “venues” tomaron el protagonismo de las salas de teatro, desplazando al teatro mismo a un rol secundario y esto ocurrió frente a nuestros ojos. Como ya es uso y costumbre en nuestro país, nadie dijo nada y aplaudimos este acto que se lleva a cabo fuera del escenario, consumiendo tanto en el vestíbulo como dentro de la sala.
Ya se normalizó en nuestros teatros que la gente llegue tarde. De hecho, se practica esperar por ellos en casi todas las salas del país -a excepción de Bellas Artes de Santurce- que solo concede diez minutos de gracia, aunque en los últimos tiempos los productores y regidores al parecer se pusieron de acuerdo para decir que eran quince. Los que no llegan a tiempo entran a las salas con una naturalidad y poco respeto hacia ellos mismos y sus semejantes, hablando en voz alta, con el derecho que les da el haber comprado un boleto. ¡Pobre del que reclame silencio! El argumento es que esa persona tiene tanto derecho como usted.
Las administraciones teatrales, en la búsqueda de crear ingresos propios, se vieron presos de sus propias ideas de crecimiento. Es como una reminiscencia del Estado Libre Asociado, que buscando una mano que lo ayudara en desarrollo de su crecimiento, terminó con una bota encima que los oprime y aplasta en su diario vivir. Ese reflejo del país se transfiere como un espejo al de nuestros teatros.
La incógnita que plantea todo este asunto es: ¿dónde comienzan los derechos de unos y terminan los de otros? La excusa para que la bebida pueda entrar a la sala es que sea con una tapa, pero hay personas que con consumo de alcohol, su comportamiento cambia y el tono de voz no se queda dentro de la tapa. Si alguien bebido no me deja disfrutar de una obra porque se pasa hablando en tono de voz alta interrumpiendo mi apreciación a la obra, ¿quién me devuelve mi dinero? ¿Podría llegar a la boletería y pedir reembolso porque mi vecino de silla no me dejó disfrutar del espectáculo y la administración del teatro, que ha sido permisiva en crear nuevas normas de acceso a sala, me reembolsaría? Me adelanto a la respuesta de mi cuestionamiento.
Si ya el mal está hecho y esparcido, ¿por qué no se buscan reparaciones a los daños a los que ya nos han sometido? Si ya venden papitas en bolsas que tanto ruido hacen en medio de un drama, ¿por qué no le obligamos a esos vendedores que las entreguen en unos envases de cartón? Como quiera que sea, ya están comiendo dentro de la sala, al menos nos interrumpirían menos.
Esto nos lleva a otra consideración. Este tipo de salvaguarda encarecería la operación de las compañías privadas que trabajan dentro del espacio teatral… Es muy triste tener que admitir que en este momento, es más importante lo que pasa fuera de la sala que lo que acontece dentro de la misma.
El asunto se resume a este punto: el dinero que hay que generar. Ya no los enseñó Maquiavelo que el fin justifica los medios. El teatro con su representación de la cara de tragedia no es el fin. Lamentablemente pasó a ser el medio para todo lo que le rodea.
El fin son los concesionarios que con la cara de comedia que representa al teatro, se apoderaron del escenario y lo mudaron a los vestíbulos de las salas de nuestro país. Desde ahí, nosotros como público le rendimos tributo y aplaudimos, como presos nos arrebaten la finalidad misma para la que vamos a ver una obra de teatro. No sé si la administración gane lo suficiente, pero sí somos testigos de lo que pierde el teatro y el público que asiste.