Su liderazgo incomodaba porque hablaba de justicia, de reparación, de dignidad para las Mariposas de la Noche, esa organización que ella lideraba con el alma
SAN JUAN, Puerto Rico
Por Rev. Ignacio Estrada Cepero, para Pride Society Magazine
En Colombia la sangre sigue gritando desde las cunetas. Esta vez fue el cuerpo de Nawar Jiménez, lideresa trans, activista incansable, defensora de derechos humanos y símbolo de dignidad en los Montes de María. Su nombre, ya imborrable, nos obliga a detenernos y mirar de frente un país que sigue ignorando la vida de las personas trans, especialmente de quienes se atreven a alzar la voz por su comunidad.
El hallazgo de su cuerpo en la vía entre El Carmen de Bolívar y San Jacinto no es un hecho aislado. Es un crimen político, un transfeminicidio con marcas de odio y saña. Nawar fue golpeada, posiblemente violentada sexualmente, y abandonada como si su vida no tuviera valor. Pero su vida tenía valor. Su voz tenía poder. Su liderazgo incomodaba porque hablaba de justicia, de reparación, de dignidad para las Mariposas de la Noche, esa organización que ella lideraba con el alma.
Nawar denunció amenazas en múltiples ocasiones. El Estado sabía. Caribe Afirmativo sabía. Su comunidad sabía. Y sin embargo, la mataron. Como mataron también, hace apenas semanas, a Sarah y Garey “De King”, cuyas muertes circularon en redes sociales como un testimonio crudo de la violencia que sigue arrasando con vidas diversas y valientes. Hoy su presunto asesino está detenido, pero los vacíos institucionales siguen intactos.
No se puede hablar de paz ni de postconflicto cuando en Colombia se asesinan a líderes sociales con absoluta impunidad. En lo que va de año, los crímenes contra activistas y defensores de derechos humanos han ido en ascenso, y la mayoría de estos crímenes permanecen sin resolver. ¿Dónde están las garantías para quienes luchan por la vida? ¿Dónde está el compromiso real con una paz que incluya a todes?
El asesinato de Nawar no es solo una tragedia personal. Es una herida profunda para el proceso de memoria, verdad y reparación que intentaba levantar en su territorio. Es un mensaje de odio contra los cuerpos trans. Pero también, y por eso mismo, es una señal urgente para que las instituciones reaccionen. Para que se comprenda de una vez por todas que los derechos humanos no se piden, se exigen. Que las vidas trans importan. Que cada transfeminicidio es una falla del Estado, una traición a su pueblo.
El silencio en este caso sería cómplice. Por eso esta columna no es solo un homenaje, sino un grito. A las autoridades colombianas: exijo, exigimos, que se investigue este crimen con todas las hipótesis sobre la mesa. Que se esclarezca la verdad, se castigue a los responsables y se implementen medidas concretas de protección para quienes como Nawar se niegan a desaparecer sin luchar.
A quienes asesinan, a quienes odian, a quienes quieren borrar de un tajo la existencia de nuestras hermanas trans, les digo con claridad: ustedes podrán silenciar una voz, pero no pueden matar la verdad. Y la verdad es esta: Nawar vivió con dignidad, luchó con esperanza, y su legado seguirá encendiendo fuegos de justicia hasta que el odio se quede sin refugio.
Colombia tiene una deuda. Y su nombre es Nawar Jiménez.