La diversidad no puede ser real si ridiculiza a quienes envejecen. La lucha LGBTQ+ no puede permitirse olvidar a sus mayores
SAN JUAN, Puerto Rico
Por Rev. Ignacio Estrada Cepero, para Pride Society Magazine.
“Fui a una discoteca aquí en San Juan, entré con esperanza… pero sentí que me desnudaban con la mirada. No era una mirada de deseo, sino de juicio. Como si mi cuerpo envejecido y mis kilos de más invadieran un territorio donde ya no pertenezco.”
— Carlos, 68 años
Carlos no está solo. En ciudades como San Juan, Buenos Aires, Miami, Bogotá o Ciudad de México, decenas de personas adultas mayores dentro de la comunidad LGBTQ+ comparten experiencias similares. Miradas que no abrazan, sino que juzgan. Espacios en donde se celebra la diversidad, pero solo si esta es joven, delgada y activa en redes sociales. Este artículo nace de esa realidad silenciada, de esa exclusión que duele más cuando viene desde adentro.
Las personas mayores del colectivo LGBTQ+ enfrentan una doble carga: la discriminación estructural que acompaña al envejecimiento en todas las sociedades, y el estigma dentro de su propia comunidad. Lo que debería ser un refugio se convierte, en muchos casos, en un territorio hostil. El culto a la juventud y a la estética normada predomina en numerosos espacios queer. En ellos, el cuerpo envejecido, arrugado o corpulento es visto como disonante. No solo se borra: se evita.

Esta exclusión estética y simbólica no es superficial. Tiene consecuencias reales sobre la salud mental, emocional y física. El estudio Aging with Pride, liderado por Karen Fredriksen-Goldsen en la Universidad de Washington, analizó a más de 2,500 adultos mayores LGBTQ+ en Estados Unidos. Sus resultados son alarmantes: altos niveles de depresión, ansiedad, aislamiento social y discriminación acumulada. Muchos han sobrevivido pandemias como la del VIH, han enfrentado el rechazo familiar, la pérdida de redes afectivas y la precariedad económica. Y aun así, hoy viven la invisibilidad dentro de la comunidad que ayudaron a construir.
El Williams Institute estima que solo en Estados Unidos hay entre 2.7 y 4 millones de personas LGBTQ+ mayores de 60 años. Se proyecta que esta cifra se duplique para 2030. Sin embargo, los servicios específicos para esta población son escasos o inexistentes, especialmente en América Latina y el Caribe.
Otro fenómeno alarmante es el aprovechamiento afectivo y económico al que son sometidas muchas personas mayores LGBTQ+. Abundan los relatos de quienes, en su búsqueda de compañía, terminan siendo manipulados o utilizados. El término “sugar daddy” se romantiza, pero a menudo encubre relaciones desiguales, marcadas por el interés y la explotación emocional y económica de personas vulnerables.
Resulta doloroso constatar que parte del rechazo más crudo proviene de los sectores más jóvenes del colectivo. En nombre de una supuesta libertad estética o de preferencias personales, se reproducen los mismos estigmas sociales que antes combatíamos. La diversidad no puede ser real si ridiculiza a quienes envejecen. La lucha LGBTQ+ no puede permitirse olvidar a sus mayores: quienes resistieron en tiempos más duros, quienes cuidaron a otros cuando el VIH mataba y el mundo callaba, quienes abrieron los caminos que hoy recorremos con más libertad.
En Latinoamérica, las personas mayores LGBTQ+ siguen siendo invisibles para los sistemas de salud pública. No existen protocolos diferenciados ni programas especializados. En muchos casos, deben “volver al clóset” al ingresar a hogares de ancianos o servicios de cuidado. En Puerto Rico, por ejemplo, la ausencia de residencias inclusivas y servicios adaptados deja a esta población en un limbo. En Estados Unidos, organizaciones como SAGE, y aquí Waves Ahead Puerto Rico, han sido pioneras en brindar espacios seguros, asesoría legal, vivienda y programas comunitarios para personas mayores LGBTQ+. El LGBT Aging Project en Boston también ofrece apoyo especializado. Sin embargo, estos modelos aún no se han replicado a gran escala en nuestra región.
El verdadero orgullo es intergeneracional. No basta con no discriminar: hay que crear espacios reales de participación, representación y cuidado. Se trata de celebrar a quienes envejecen. De asegurar que las voces de nuestros mayores no solo sean escuchadas, sino honradas.

Algunos pasos urgentes incluyen: integrar la diversidad etaria en las políticas LGBTQ+; crear espacios de socialización adaptados; capacitar profesionales en atención inclusiva; financiar programas culturales; y romper estereotipos que marginan.
En Puerto Rico, como en otras partes del mundo, existen proyectos de vivienda conocidos como égidas: complejos residenciales diseñados para personas mayores de 60 años que desean vivir de forma independiente, pero con ciertos servicios de apoyo como trabajo social, transporte o actividades comunitarias. Aunque en el papel estos lugares promueven dignidad y bienestar, para muchas personas mayores LGBTQ+, la realidad puede ser más compleja.
Hace apenas unos días, un amigo me contó la historia de una pareja que, al mudarse a una égida, se vio obligada a ocultar su relación. Por miedo al rechazo, al aislamiento o a los comentarios velados, dijeron a todos que eran hermanos. No era una mentira por conveniencia; era una estrategia de supervivencia. En un lugar pensado para el descanso, la vejez digna y la comunidad, tuvieron que volver al clóset que tanto les costó abandonar décadas atrás.
Mientras impulsamos campañas, alzamos banderas y llenamos las calles de colores durante el Mes del Orgullo, es necesario hacer una pausa y preguntarnos con honestidad: ¿estamos incluyendo verdaderamente a todas las personas de nuestra comunidad? ¿O estamos reproduciendo exclusiones que hieren en silencio?
Celebrar el Orgullo sin reconocer y respetar a las personas mayores LGBTQ+ es una contradicción dolorosa. No se puede hablar de justicia si negamos el derecho a envejecer con dignidad. No se puede hablar de amor si imponemos condiciones para pertenecer. Y no se puede hablar de Orgullo verdadero si seguimos dejando fuera a quienes, con coraje y ternura, construyeron los caminos por los que hoy caminamos con más libertad.
Respetar las canas, honrar la experiencia y abrazar todas las edades no es un gesto de caridad. Es un acto urgente de justicia y humanidad.
Escuchar a Carlos, y a tantos como él, no es un acto de caridad. Es un acto de justicia.