Algo está pasando en la música urbana, sí. Algo más profundo que una moda
SAN JUAN, Puerto Rico
Por Rev. Ignacio Estrada Cepero, para Pride Society Magazine
Algo curioso —y a la vez profundo— está pasando en el mundo del género urbano: cada vez son más los artistas que cambian los focos del escenario por la luz de un altar. No es casualidad. No es moda pasajera. Algo más grande está latiendo detrás de estos cambios.
Primero fue Héctor “El Father”, quien en la cima de su carrera dejó todo para predicar el Evangelio. Luego vimos a Farruko, en pleno concierto, pidiendo perdón y hablando de una transformación que le cambió la vida. Más recientemente, Daddy Yankee, ícono mundial del reguetón, anunció su retiro definitivo para dedicar su vida a Dios. Y estos son solo los nombres más conocidos; debajo de los grandes titulares, hay otros muchos que han seguido caminos parecidos, en voz baja, lejos de la farándula.
La pregunta es inevitable: ¿qué mueve a alguien que lo tiene “todo” a dejarlo todo?
Fama, dinero, poder, aplausos, millones en el banco… ¿Qué hace que, de pronto, todo eso parezca insuficiente?
¿Será cansancio? ¿Será vacío? ¿Será una búsqueda más profunda que los reflectores ya no pueden iluminar?
¿O será, sencillamente, que cuando Dios toca, no hay tarima que aguante?
No pretendo aquí juzgar a nadie. No me interesa etiquetar sus decisiones como “oportunismo” o “verdadera conversión”. Eso le toca a Dios y a sus propias conciencias. Pero sí creo que vale la pena detenernos a mirar el fenómeno con honestidad, sin prejuicios.
Porque detrás de cada cambio radical, hay una historia que nadie ve: noches de insomnio, preguntas existenciales, batallas internas. Quizás cuando se apagan las luces y el eco de los gritos se va, lo que queda es un silencio brutal que obliga a mirar hacia adentro. Y no siempre gusta lo que uno encuentra ahí.

Es fácil desde afuera pensar: “Ah, claro, ahora que están llenos de plata, se acuerdan de Dios”. Pero a veces el dinero no compra lo que más importa: paz interior, sentido, propósito. Y esos tesoros no se venden en ningún backstage.
Muchos fans se preguntan: ¿qué hacemos ahora con sus canciones viejas? ¿Las borramos? ¿Las celebramos como parte de un camino? ¿Qué pasa cuando el que nos enseñó a bailar ahora nos invita a orar?
Quizá lo más honesto sea aceptar que todos —famosos o no— estamos en camino. Que las vidas no son líneas rectas. Que a veces se canta al amor, otras veces al vacilón, y otras veces, al final del día, se canta buscando a Dios.
Algo está pasando en la música urbana, sí. Algo más profundo que una moda. Algo que quizás habla más de nuestra sed de sentido que de cualquier otra cosa.
¿Es real? ¿Es una pose? ¿Es necesidad? ¿Es gracia?
No tengo las respuestas. Pero el simple hecho de que artistas que lo tenían “todo” estén buscando algo más, debería hacernos pensar.
¿Qué es eso que ni el dinero, ni la fama, ni los aplausos pueden darnos?