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De la esperanza al encierro

El caso de Andry Hernández, el maquillador venezolano deportado a El Salvador

SAN JUAN, Puerto Rico

Por Rev. Ignacio Estrada Cepero, para Pride Society Magazine

Andry José Hernández Romero dejó Venezuela con la esperanza de sobrevivir. Maquillador de profesión, artista del color y la belleza, pero también hombre gay y crítico del régimen, vivía bajo una amenaza constante. En un país donde las personas LGBTIQ+ enfrentan odio sistemático y violencia impune, quedarse era casi una sentencia. Andry tomó la decisión que miles han tomado: huir. Pero lo que parecía ser una historia de escape y búsqueda de protección en Estados Unidos se convirtió en una nueva pesadilla.

El pasado 15 de marzo, Andry fue deportado desde Estados Unidos a El Salvador y encarcelado en el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), una prisión de máxima seguridad conocida por sus condiciones extremas. El mundo supo de su paradero días después. Desde entonces, permanece incomunicado, sin acceso a su abogado ni contacto con su familia.

Un proceso legal interrumpido

Andry había ingresado legalmente a EE.UU. en agosto de 2024, usando la aplicación CBP One, como parte de su proceso de solicitud de asilo. Su caso estaba abierto y en marcha. Durante su detención en el centro de Otay Mesa (San Diego), presentó pruebas de su identidad, sus antecedentes limpios, y los testimonios que demostraban su persecución por orientación sexual y opiniones políticas.

Pero nada de eso bastó. Las autoridades estadounidenses alegaron que sus tatuajes de coronas, ubicados en las muñecas, eran símbolos asociados al Tren de Aragua, una peligrosa pandilla venezolana. Andry lo desmintió con claridad: se trataba de un homenaje a sus padres y a la fiesta del Día de Reyes, muy celebrada en su natal Capacho, donde ese tipo de tatuajes son comunes. No tenía antecedentes penales ni relación alguna con grupos criminales.

Aun así, bajo una medida extraordinaria y cuestionada, fue deportado utilizando la Ley de Enemigos Extranjeros de 1798, un mecanismo legal obsoleto y prácticamente en desuso, pero reactivado en este caso sin una audiencia judicial justa.

De un sueño a una celda

El lugar al que fue enviado no es un centro migratorio, ni un albergue temporal: es una prisión de máxima seguridad diseñada para miembros de pandillas, donde las condiciones han sido catalogadas como inhumanas. El CECOT ha sido denunciado por organismos internacionales y por defensores de derechos humanos debido al hacinamiento, la violencia sistemática y las violaciones a los derechos básicos de las personas encarceladas.

Allí se encuentra hoy Andry. Por un tatuaje malinterpretado. Por ser quien es. Por pedir asilo.

Una ola de indignación

La reacción no se ha hecho esperar. Desde líderes LGBTIQ+ hasta defensores de derechos humanos, la comunidad ha exigido su liberación y su regreso a Estados Unidos. Queen Victoria Ortega, presidenta de FLUX, una organización que lucha por los derechos trans y queer, declaró que el caso de Andry es “una vergüenza para el sistema migratorio estadounidense”.

En California, el gobernador Gavin Newsom envió una carta a la secretaria de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, expresando su preocupación por la forma en que fue tratado Andry Hernández. También instó a su regreso inmediato a territorio estadounidense para continuar su proceso de asilo de manera justa y con las garantías que merece cualquier persona vulnerable.

Mientras tanto, cientos han usado las redes sociales bajo el hashtag #LiberenAAndry para dar visibilidad a su caso y exigir justicia.

No es un caso aislado

El caso de Andry revela algo más profundo y doloroso: la manera en que los sistemas migratorios, incluso en democracias avanzadas, pueden fallar brutalmente, especialmente cuando se trata de personas LGBTIQ+, migrantes racializadas, o quienes no se ajustan a los estereotipos de “refugiado ideal”.

Andry no es un número más. Es un joven con sueños, talentos, heridas y esperanza. Es un rostro concreto en medio de una política que muchas veces deshumaniza.

Un llamado urgente

La pregunta que nos deja este caso es clara: ¿cuántos más? ¿Cuántas vidas se verán truncadas por errores, prejuicios o decisiones políticas sin corazón? Si el asilo no protege a quienes huyen del odio, entonces ¿qué nos queda como humanidad?

Andry Hernández debe ser liberado. Y con él, debe liberarse también nuestra conciencia.

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