La migración LGBTQ+ como herida abierta de nuestro tiempo
SAN JUAN, Puerto Rico
Por Rev. Ignacio Estrada Cepero, para Pride Society Magazine
Este artículo nace de mi experiencia como inmigrante, pastor luterano y activista por los derechos humanos. He acompañado de cerca a muchas personas LGBTQ+ que han tenido que dejar sus países por el simple hecho de ser quienes son. En sus historias encontré dolor, sí, pero también una fuerza inconmensurable, una dignidad que desafía al olvido.
Combino aquí la investigación con el testimonio, el análisis con la compasión. Me sostengo en fuentes confiables como National Geographic, ACNUR, Human Rights Watch, TransLatin@ Coalition, así como en testimonios recogidos a lo largo de mi caminar pastoral y comunitario.
Este texto es más que una denuncia. Es un grito ético. Es una súplica para que dejemos de mirar hacia otro lado. Es un abrazo extendido hacia cada persona migrante LGBTQ+ que hoy busca un lugar donde pueda existir con dignidad, con amor y con nombre propio.
Historias que no aparecen en los titulares
No todos los exilios son iguales. Algunas personas huyen de la guerra. Otras, del hambre. Pero hay quienes cruzan fronteras simplemente por ser quienes son. No llevan armas ni banderas partidistas. Llevan cuerpos que desafían las normas, amores silenciados, nombres que el sistema no reconoce.
Juliana es una mujer trans de Honduras. Caminó más de dos mil kilómetros hasta la frontera sur de Estados Unidos. En su país fue golpeada, violada, encarcelada. Cuando acudió a la policía, se burlaron de ella. Cuando pidió asilo, fue encerrada en un centro de detención masculino. “Yo no salí de mi país por aventura”, dijo. “Salí para no morir”.
Invisibles dentro de los invisibles
Las personas migrantes LGBTQ+ enfrentan una doble o triple marginalización: por su identidad, por su estatus migratorio y, muchas veces, por el racismo. En los informes se habla de «migrantes», de «solicitantes de asilo», de «refugiados», pero rara vez se nombra lo que muchas de estas personas también son: lesbianas, gais, personas trans, queer, no binarias. Sus historias se pierden en las estadísticas. Sus nombres no aparecen en los titulares.
Muchos dicen que estas personas migran sin bandera. Pero eso no es verdad. Llevan una bandera repleta de colores, tejida con hilos de orgullo y resistencia. El problema no es que no tengan bandera, sino que sus colores han sido silenciados, arrancados, estigmatizados.
El exilio comienza en casa
La migración forzada de personas LGBTIQ+ no comienza en la frontera, sino en el hogar. Muchas huyen del rechazo familiar, de la violencia intrafamiliar, del acoso escolar, de las terapias de conversión, de la criminalización institucional o del fanatismo religioso.
Fernanda, una joven trans de Guatemala, fue amenazada por una pandilla. Le dijeron: “Si no te vas, te matamos”. Cruzó sola más de un país, fue agredida en el camino y hoy espera asilo en EE. UU. Su testimonio fue recogido por National Geographic en el reportaje “La vida del migrante LGTBIQ+ en Estados Unidos: muy lejos de la tierra prometida”. Como ella, miles enfrentan rutas marcadas por abusos, extorsión, trata de personas y violencia sexual.
Llegar no es llegar
Quienes logran llegar a países como México o Estados Unidos no siempre encuentran refugio. Muchas veces, lo que hallan es una nueva forma de exclusión. Centros de detención donde las mujeres trans son recluidas con hombres cisgénero. Procesos de asilo que no reconocen la persecución por identidad de género como causal válida. Abusos institucionales y negligencia médica.

Según ACNUR, las personas LGBTQ+ tienen hasta tres veces más probabilidades de sufrir violencia física o sexual durante su ruta migratoria. Human Rights Watch ha denunciado condiciones inhumanas y tratos degradantes en centros de detención migratoria en EE. UU. y México.
Alejandro, un joven cubano gay, cruzó la selva del Darién. Fue asaltado, perdió a un amigo, y fue agredido sexualmente. No logró llegar a EE. UU., pero en el sur de México encontró un refugio gestionado por personas LGBTQ+ migrantes. Allí recibió alimento, atención psicológica y respeto. Hoy trabaja en una panadería. “Cuba no fue mi casa”, dice. “Solo fue el lugar donde nací. Estoy buscando mi verdadero hogar”.
Los amores que el sistema no quiere reconocer
Otra forma de violencia estatal es la negación de derechos conyugales a personas LGBTQ+ migrantes. Muchas veces, los gobiernos rechazan visas de fiancé o no reconocen matrimonios del mismo sexo, aunque sean legales en otros países. Esto separa parejas, desestima vínculos reales y empuja a muchas personas a migrar por vías irregulares. El sistema no solo desconoce sus historias de amor, sino que las convierte en sospecha o amenaza. Esta negación institucional a los afectos queer es una forma más de exilio.
En su informe “Equal Rights, Unequal Treatment”, Human Rights Watch documenta múltiples casos en los que las autoridades migratorias ignoraron solicitudes de reunificación familiar entre parejas del mismo sexo. La falta de legislación uniforme, sumada a la homofobia institucional, crea un limbo legal que deshumaniza y desestabiliza vínculos legítimos.
Las redes que sanan lo que el sistema hiere
Frente al abandono estatal, han surgido redes de apoyo que construyen espacios de contención y esperanza. Refugios como Casa Arcoíris en Tijuana, Casa Frida en Ciudad de México, y organizaciones como RAICES o TransLatin@ Coalition en EE. UU., ofrecen alojamiento, apoyo legal, atención médica, y sobre todo, dignidad. Muchas de las personas que lideran estas iniciativas también fueron migrantes. Su activismo nace del dolor transformado en solidaridad.
Lo que los gobiernos se niegan a mirar
Los Estados siguen sin garantizar el reconocimiento del asilo por orientación sexual o identidad de género como un derecho humano. Las políticas migratorias siguen siendo ciegas a la diversidad. El abandono, la indiferencia y el discurso religioso fundamentalista siguen alimentando el exilio.
En muchos países no existe un procedimiento claro para evaluar solicitudes de asilo basadas en identidad sexual o de género. La Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACNUDH) ha instado a los Estados a integrar la perspectiva LGBTIQ+ en sus políticas migratorias como una cuestión de urgencia y derechos humanos.
La complicidad de muchos gobiernos es el silencio. La omisión también es violencia.
El mundo necesita abrazar antes que expulsar
Este artículo es un llamado a la conciencia. Un grito por justicia. Las personas LGBTQ+ migrantes no quieren privilegios. Solo quieren vivir. Con dignidad. Con nombre. Con posibilidad de amar y de ser.
Migrar no debería costar el alma. Amar no debería costar la patria. Cada cuerpo exiliado por su identidad merece no solo asilo, sino también abrazo. No solo sobrevivir, sino vivir.
Porque la justicia, si no es diversa, no es justicia. Y el mundo, si no abraza, sigue incompleto.