¿Nos preocupa el futuro de los jóvenes… o nos molesta que sus decisiones escapen a nuestro control? ¿Nos indigna lo que escuchan… o nos inquieta no saber hacia dónde va el dinero que antes pasaba por nuestras manos?
SAN JUAN, Puerto Rico
Por Rev. Ignacio Estrada Cepero, para Pride Society Magazine
Puerto Rico arde en crisis. Se multiplican la desigualdad, la violencia, el hambre disfrazada de silencio, el abandono institucional. Pero en medio de esa realidad cruda, los sermones más estridentes no son sobre justicia, ni sobre compasión, ni sobre el deber de sanar heridas abiertas. No. Lo que llena los púlpitos esta semana es un nombre que despierta pasiones y controversia: Bad Bunny.
El cantante, sin duda uno de los artistas más visibles y populares de nuestra generación, ha regresado a su tierra para ofrecer una residencia histórica que ha reactivado la economía de cientos, tal vez miles, de personas. Y sin embargo, en vez de celebrarse la posibilidad de empleo, arte y dignidad para muchos, lo que han hecho algunos líderes religiosos es levantar el dedo acusador. No han venido con manos abiertas, sino con juicios listos para condenar.
Desde videos virales hasta cultos dominicales, han proliferado mensajes que no evangelizan: excomulgan. Han llamado al boicot, han sembrado miedo, han equiparado un concierto con una amenaza espiritual. Y mientras tanto, las iglesias se vacían de juventud, las comunidades siguen sufriendo en silencio, y la esperanza se convierte en un lujo que ya no todos pueden pagar.
Sé que muchos, al leer esto, podrían cuestionarme. Podrían preguntarme si acaso no veo el lenguaje, si acaso no escucho lo que se canta, si realmente no me preocupa el futuro de los jóvenes, o si estoy de acuerdo con que ciertas letras puedan denigrar a la mujer. Pero más allá de todo eso —y sin negar la necesidad de una crítica honesta a toda forma de violencia simbólica— lo cierto es que los conciertos están abarrotados, las taquillas están agotadas, y algo nos está diciendo este fenómeno.
Y quizás es hora de hacernos preguntas más honestas.
¿Nos duele el lenguaje… o nos incomoda que ya no lo dominamos?
¿Nos preocupa el futuro de los jóvenes… o nos molesta que sus decisiones escapen a nuestro control?
¿Nos indigna lo que escuchan… o nos inquieta no saber hacia dónde va el dinero que antes pasaba por nuestras manos?
Porque seamos francos: muchos de esos jóvenes que van a los conciertos son hijos de feligreses que asisten fielmente a nuestras iglesias. Padres y madres que creen en Dios, que oran, que trabajan, pero que también —como cualquier padre o madre— quieren ver felices a sus hijos, escucharlos, acompañarlos, amarlos. Y la iglesia, en vez de ser un espacio seguro para ese diálogo, muchas veces suena más como una amenaza que como un hogar.
Mientras Bad Bunny pone las manos sobre su pueblo —tendiéndola para ayudar, para dar trabajo, para visibilizar causas, para abrazar con arte y presencia—, son estos mismos líderes religiosos los que imponen sus manos sobre los gobernantes de turno… no precisamente para bendecir al pueblo, sino para asegurarse un lugar en las mesas del poder.
Este no es un llamado a idolatrar artistas. Es un clamor por dejar de idolatrar el juicio. Porque cuando juzgar se convierte en costumbre, el Evangelio pierde su poder transformador. Jesús no fue a las sinagogas a juzgar conciertos. Fue a los márgenes, a sanar, a abrazar, a liberar. ¿Qué pasaría si los líderes religiosos de Puerto Rico usaran con la misma pasión sus púlpitos para denunciar la injusticia, acompañar a los que sufren y levantar la voz contra los verdaderos ídolos de este tiempo: el poder, la hipocresía y la indiferencia?
Esta isla no necesita más dedos señalando. Necesita más manos sosteniendo. Más abrazos que sustituyan al odio. Más pastores y pastoras que se bajen del altar y caminen el polvo de las calles.
Si tanto escandaliza un concierto, será porque dice más de nosotros que de él. Porque donde debería dolernos la injusticia, la violencia, la miseria, lo que nos escandaliza es un reguetón.
La fe que no sirve para amar, no sirve.
Y el juicio que no transforma, solo destruye.


