Porque la verdadera libertad religiosa no oprime, libera…
SAN JUAN, Puerto Rico
Por Samy Nemir Olivares, para Pride Society Magazine
Recuerdo el día con total claridad. Estaba en mi clase de Inglés cuando la maestra me entregó un pedazo de papel con un versículo de la Biblia. Lo leí sin entender muy bien por qué me lo daba. Luego, con una mirada severa, me dijo que si no cambiaba, si no dejaba de ser tan “afeminado,” me esperaba el infierno. Me llamó abominable. Tenía apenas unos años de vida y ya me estaban condenando.
Esa experiencia me marcó. Me enseñó que los espacios educativos —y todos los espacios gubernamentales— deben ser laicos, o sea, sin intervención de ninguna religión; no porque la religión no tenga valor, sino porque su poder es tan inmenso que, cuando se usa mal, se convierte en una herramienta de opresión en lugar de inspiración y sanación.
Por eso me preocupa profundamente el Proyecto del Senado 1 sobre “libertad religiosa.” No estoy en contra de la fe, sino porque sé, por experiencia propia, cómo se usa la religión en Puerto Rico para excluir, discriminar y marginar a quienes no encajamos en ciertos dogmas.
Cada puertorriqueño tiene derecho a su fe. Yo mismo me considero cristiano de una manera múltiple y personal. Pero la fe es algo íntimo, algo que debe florecer en nuestros corazones y comunidades religiosas, no algo que se imponga desde el Gobierno. Cuando el Estado toma partido en cuestiones de fe, deja de proteger la verdadera libertad religiosa y comienza a privilegiar una visión particular del mundo, muchas veces en detrimento de quienes ya enfrentamos discriminación. Es importante entender, que aunque en Puerto Rico la mayoría sea cristiana, existen muchas otras religiones y creencias que merecen ser respetadas, como la fe musulmán, judía, vertientes espiritistas y muchas otras. Creamos en ellas o no, cada cual está en su derecho.
Si nos enfocamos en una de esas religiones, el cristianismo, las acciones de quienes promueven leyes como el Proyecto del Senado 1 deberían alinear con la enseñanza central de Jesús: amar al prójimo como a uno mismo. La Biblia no nos llama a juzgar, sino a vivir en compasión y humildad. Sin embargo, estas leyes no reflejan amor ni inclusión; al contrario, crean barreras y justifican el rechazo a comunidades marginadas como las mujeres, las personas LGBTQ+ y los inmigrantes.

Este tipo de legislación no es necesaria. Nuestra Constitución ya protege la libertad religiosa, pero lo hace con balance justo: permitiendo que cada quien crea en lo que quiera, sin que el gobierno se involucre en esos asuntos. Lo que sí hace esta legislación es abrir la puerta para que el discrimen se disfrace de derecho y dar licencia a cualquiera, incluso empleados del gobierno y negocios, a discriminar. Eso sería nuestro futuro: un Puerto Rico muy peligroso y distinto al diverso y respetuoso en el que hemos crecido.
El resultado de esto es predecible. Más personas como yo —jóvenes talentosos, creativos, con deseos de aportar— seguirán abandonando la Isla, afectando su salud mental o, peor, víctimas de discrimen en agencias del gobierno o violencia en las calles… como fue objeto Alexa. No por falta de amor a Puerto Rico es que mucha juventud se va, es porque en demasiados espacios aún se nos hace sentir que no pertenecemos.
En vez de enfocarse en permitir algunas personas a discriminar a cambio de recibir más votos, en Puerto Rico hay muchos asuntos apremiantes y urgentes que la Legislatura se debería estar enfocando, como la falta de empleo, el hambre, el sinhogarismo, la violencia contra las mujeres, la persecución a los inmigrantes y muchos más.
Cada vez que se intenta imponer una visión religiosa en el ámbito público, se traiciona el espíritu mismo de nuestra Constitución, que no solo garantiza la libertad de religión, sino también la libertad de quienes no comparten las mismas creencias. Un Puerto Rico verdaderamente libre no es aquel en donde una religión domina, es uno en donde todos puedan coexistir sin que el gobierno se convierta en juez de la fe. Y diría yo, en donde se profesen nuestras creencias religiosas con acciones amorosas e inclusivas, no discrimen, ni interpretaciones incorrectas de textos religiosos.
Si realmente queremos un país justo, con valores cristianos de amor y respeto, no podemos permitir que la fe se convierta en un arma contra nuestros propios hermanes. Porque la verdadera libertad religiosa no oprime, libera…
- El autor es activista de derechos humanos puertorriqueñe y dominicane.