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El miedo que se convierte en sombra

El miedo se ha vuelto una estrategia de control. Se legisla con miedo. Se predica con miedo. Se gobierna con miedo

SAN JUAN, Puerto Rico

Por Rev. Ignacio Estrada Cepero, para Pride Society Magazine

¿Qué cosa es el miedo? Es una emoción primaria, tan antigua como la vida misma. El miedo nos protege, nos alerta, nos permite sobrevivir. Pero también nos paraliza, nos acorrala, nos divide. El miedo —cuando se instala en nuestras entrañas y gobierna nuestras decisiones— deja de ser señal de alerta y se convierte en sombra, en silencio, en cárcel.

El miedo tiene muchas caras

Lo vemos en las noticias, lo sentimos en la piel. Es ese escalofrío que nos recorre el cuerpo cuando una nueva política amenaza nuestros derechos. Es el nudo en la garganta de una madre migrante que no sabe si volverá a ver a sus hijos. Es la ansiedad de quien depende de su empleo público y teme que un cambio de administración le arrebate todo. Es el temor de quien ama a alguien del mismo sexo y calla su verdad por miedo al rechazo. Es el pavor de la persona trans que teme cruzar la calle o ser detenida sin razón.

Los psicólogos lo definen como una reacción ante una amenaza real o percibida. El miedo activa nuestro sistema nervioso, desencadena estrés, y si se prolonga, puede generar depresión, aislamiento y pérdida de esperanza. La psicóloga social Amy Cuddy lo resume así: “El miedo constante cambia nuestra forma de estar en el mundo. No solo tememos, comenzamos a achicarnos, a desaparecer.”

Los teólogos han reflexionado sobre el miedo.

San Agustín decía que el miedo es parte de nuestra humanidad caída, pero que “el amor perfecto echa fuera el temor” (1 Juan 4:18). Martín Lutero, en medio de la Reforma, hablaba del “temor de Dios” como reverencia, no como terror paralizante. El miedo saludable nos conecta con la responsabilidad; el tóxico nos desconecta del prójimo y de Dios.

En la actualidad, el miedo ha sido instrumentalizado políticamente

En Puerto Rico y en los Estados Unidos, vemos cómo las administraciones de turno —con discursos de odio, exclusión y retroceso— siembran miedo entre inmigrantes, mujeres, comunidades negras, personas pobres, y la comunidad LGBTQ+. Se utiliza el miedo para silenciar, para dividir, para justificar políticas injustas.

El miedo se ha vuelto una estrategia de control. Se legisla con miedo. Se predica con miedo. Se gobierna con miedo. Y lo peor: muchas veces se normaliza el miedo, como si fuera parte del paisaje.

¿Cómo se manifiesta este miedo en nuestras familias, comunidades, iglesias?

Se manifiesta en el silencio. En la apatía. En la falta de participación. En el alejamiento de la comunidad de fe. En la desconfianza mutua. En no atreverse a denunciar. En el miedo a abrir la boca por miedo a perder lo poco que se tiene. Miedo a ser uno mismo.

Y sin embargo, estamos llamados a vencerlo

No con discursos vacíos. No con consignas. Sino con acompañamiento real, con comunidad viva, con redes de apoyo. Porque el miedo no se combate en soledad. Se combate desde el abrazo, desde la organización, desde la espiritualidad encarnada, desde la solidaridad cotidiana.

¿Qué podemos hacer para no dejarnos paralizar por el miedo?

  • Nombrarlo. Lo primero es identificarlo. ¿Qué me da miedo? ¿Por qué? ¿Quién me ha hecho creer que debo temer?
  • Hablarlo. El miedo pierde fuerza cuando se comparte. Hay que generar espacios seguros para contar nuestras historias, para llorar, para sanar.
  • Organizarnos. El miedo se disuelve en la comunidad. Al estar juntos, nos fortalecemos. Crear redes, participar en movimientos, volver a nuestras iglesias y convertirlas en espacios de esperanza.
  • Buscar ayuda. A veces necesitamos apoyo profesional. No hay vergüenza en eso. Psicólogos, pastores, líderes comunitarios: todos tenemos una parte que aportar.
  • Alimentar el alma. Leer, orar, cantar, caminar. Volver a la tierra. Volver al arte. Volver a lo que nos recuerda que estamos vivos.

Recordemos que el miedo no tiene la última palabra.

El Evangelio nos lo recuerda una y otra vez: “No tengan miedo.” Jesús lo dijo a los pescadores, a las mujeres, a los excluidos. Y lo dice hoy a ti, a mí, a quienes somos perseguidos por ser quienes somos.

No estamos solos. Caminamos juntos. Y ese caminar colectivo es el primer paso para vencer cualquier miedo.

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