Mis respetos a todas las organizaciones de base comunitaria, maestros, actores y actrices, médicos, abogados, empresarios, dueños de negocios, comunicadores y voluntarios que proveen servcios a todos los ciudadanos de Puerto Rico, sin distinción de género u orientación sexual. Mario 😀
SAN JUAN, Puerto Rico
Por Mario Beltrán Pérez
Si para vivir en el paraíso que me prometieron, tengo que pasarle por encima a los de mi raza, entonces no es el paraíso prometido.
Una promesa de libertad, una promesa de orgullo, una promesa de convivir con las libertades y derechos que forman parte de nuestra Constitución democrática. Parece una receta perfecta… pero entonces ¿por qué no funciona?
Las ruinas que se ven en esta pieza no son del pasado, sino del presente; son ruinas disfrazadas de aparente orden, de moral, de salvación. Pero cuando la salvación está condicionada por la orientación sexual y con quién me acuesto, entonces el llamado paraíso prometido sólo es para todos aquellos que piensen similar a la alianza que han creado los partidos de turno y la iglesia en sus bases más fundamentalistas y retrógradas. Porque, señores y señoras, de eso se trata toda esta agenda en contra de la comunidad LGBTQ: de entrar en la vida privada de cada uno de nosotros y limitar nuestros derechos que tenemos como seres humanos y ciudadanos.
La religión en la que, como yo, muchos crecimos, es misericordiosa y no injusta. La cruz que cuelga de mi cuello es el símbolo de una esperanza y no de una condena.
El Dios que conozco observa, ayuda y perdona. No es un Dios que señala, mucho menos que castiga ni abusa.
Cobijados bajo las faldas de la fe y la iglesia, los políticos sólo tienen un objetivo: revalidar con mayoría de votos. Estos utilizan a las iglesias y a sus líderes como instrumento para atraer votantes y aumentar sus urnas, a la vez que acceden a entregar a sus hermanos, hermanas, familiares, amistades, y a la ciudadanía que somos parte del colectivo LGBTQ+.
Todo esto amparado por una libertad robada, domesticada, y reducida a ornamento de campaña.
Esta tierra, devastada por la doble vara y la hipocresía, se llama “paraíso” pero es sólo para algunos, y en donde muchos no estamos incluidos.
Es el espejismo que por décadas nos han vendido desde Washington, desde los púlpitos, desde los partidos. Es el resultado de décadas de política colonial, de intervenciones disfrazadas de ayuda,
de valores impuestos bajo amenaza divina.
Puerto Rico no es solo un territorio: es el campo de ensayo de innumerables actos de corrupción gubernamental, austeridad moral, el laboratorio donde se experimenta la violencia disfrazada de fe,
el sitio donde se borran derechos con el silencio y la indiferencia del Capitolio y el aplauso de aquellos que un día marcharon con nosotros, con banderas de colores… para luego votar por quienes quieren cegar nuestra existencia.
No acuso a la fe, porque me he abrazado a ella desde que tengo uso de conciencia. Acuso al poder que la prostituye. Acuso al sistema que nos obliga a escoger entre identidad y supervivencia, entre bandera y dignidad. Porque en el paraíso prometido que ellos predican no todo lo que brilla es progreso, no toda libertad es real, y no todo arcoíris significa esperanza.
Seamos conscientes a quién elegimos para dirigir al país. Por nosotros y por las futuras generaciones.