Quienes tuvimos la oportunidad de ver el ascenso y la caída del personaje de “La Comay”, del titiritero Antulio “Kobbo” Santarrosa, sabemos el daño grave que este le infligió a la clase artística puertorriqueña en general, pero sobre todo a los miembros de la comunidad LGBTQ+ dentro del mundo del espectáculo.
La agenda homofóbica de Santarrosa, oculto tras la mencionada muñeca, no conocía piedad. No cabe duda que este encontró terreno fértil en una cultura isleña en la que sobre todo el hombre homosexual era objeto de burla y rechazo. Ya para cuando este personaje hace su entrada en la pantalla chica nacional era costumbre que los comediantes del momento hicieran chistes en torno a la homosexualidad o incluso tuviesen en su repertorio de personajes a uno con el fin de promover burla. También era costumbre que si un paso de comedia iba cuesta abajo y producía más grima que risa, uno de los actores terminara el sainete haciendo un gesto amanerado y caricaturesco para implicar que era homosexual y, santo y bueno, así se salvaba el chiste.
Escondido tras la máscara de “La Comay”, Santarrosa, con el aval de la gerencia de los distintos canales de televisión en los que tuvo su espacio, se ensañó en contra de talentos que incluso laboraban en su misma estación. Algunos no resistieron la presión y optaron por renunciar a sus trabajos y salir del ojo público; otros optaron por ignorar el asunto. Pero a todos se les violó su derecho a la intimidad, a decidir por cuenta propia si deseaban o no hacer pública su orientación sexual.
Con el paso del tiempo, la mentalidad de la sociedad puertorriqueña en cuanto a la homosexualidad fue cambiando gracias en gran medida al trabajo de la misma comunidad y sus activistas, quienes se dieron a la tarea de orientar y de no callar, de resistir a los ataques de elementos como Santarrosa y su “Comay” e incluso de líderes políticos y religiosos prestos a laborar en mancuerna para adelantar causas comunes.
Un día Santarrosa cayó víctima de su propio “show”. Habló demás y se equivocó gravemente al comentar la noticia del asesinato de un hombre y tratar de relacionar y de justificar el crimen con la alegada homosexualidad de la víctima.
La opinión pública y el boicot organizado logró la salida de “La Comay” de la televisión, muy a pesar de la dirección del canal en la que se transmitía su programa entonces, que apreciaba los números de audiencia del mismo. Porque sí, todavía mucha gente disfrutaba de este programa por su morbo y por su agenda conservadora.
Tiempo después, Santarrosa regresó a la pantalla chica con “La Comay”, pero los tiempos habían cambiado. Había aprendido la lección y dentro de su menú de burlas evitaba a la comunidad LGBTQ+. Pero sobre todo, no supo adaptarse a una audiencia acostumbrada a la inmediatez de las redes sociales, para el que su contenido perdió relevancia.
Pasados estos eventos, podría decirse que la televisión puertorriqueña vive ahora un momento en el que refleja de manera más genuina la diversidad de la sociedad y el país al que le sirve y le habla; al fin y al cabo, es la mejor sino la única manera que tiene de garantizar su sobrevivencia ante la oferta tan amplia de opciones que tiene el público.
Ahora observamos ante las cámaras la participación de talentos que pertenecen a la comunidad LGBTQ+ y que, por decisión propia, se identifican como tal. Es un reflejo, sobre todo, de las nuevas generaciones que han crecido abrazando su identidad con orgullo y seguridad y que, con su actitud valerosa han ayudado a promover la inclusión en espacios culturales, sociales y laborales.
No obstante, no deben darse por sentado los logros alcanzados. Precisamente en estos días sale a la luz un evento lamentable y reprochable en un canal de televisión local en el que se cometió el error de tratar como tema de entretenimiento la orientación sexual de una figura pública. Es triste decirlo, pero ahí vemos como, al menor descuido, puede resurgir el virus de “La Comay”.