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Todas las vidas… son todas

Como ciudadanía, tenemos que dejar de ser cómplices por omisión. Denunciar. Educar. Acompañar…

SAN JUAN, Puerto Rico

Por Rev. Ignacio Estrada, para Pride Society Magazine

En Puerto Rico estamos perdiendo algo más que vidas. Estamos perdiendo la capacidad de conmovernos. Y con ello, la humanidad misma.

Los episodios de violencia se multiplican sin tregua: feminicidios que se repiten con nombres distintos pero con idéntica impunidad; ajustes de cuenta en barrios abandonados por el Estado; asaltos que no distinguen hora ni lugar; carreteras convertidas en zonas de guerra; niños expuestos a escenas de horror; personas inocentes alcanzadas por balas que nadie pidió y que nadie detuvo.

Y hay un silencio aún más doloroso: el de las víctimas de accidentes de tránsito. Cada vez son más. Cada vez más jóvenes. Más familias rotas. Más vidas interrumpidas por irresponsabilidad, por descuido, por exceso de velocidad, por alcohol, por distracción, por imprudencia. Lo más alarmante: la creciente tendencia a huir de la escena. Como si la vida ajena valiera menos que la posibilidad de ser arrestado. Como si el abandono fuera una salida, y no una segunda agresión.

¿Hasta cuándo?

Nos hemos acostumbrado a contar muertos como si fueran cifras. A compartir tragedias como si fueran parte del entretenimiento digital. A mirar para otro lado, con la falsa esperanza de que el próximo nombre no será el de alguien cercano.

Pero cuando digo que todas las vidas importan, me refiero a eso: a todas.

No como consigna vacía, sino como un reclamo urgente que debe traducirse en acción política, en reforma estructural, en educación profunda y en compromiso ciudadano real.

Ya no basta con indignarnos en redes.

No basta con velorios masivos o marchas simbólicas.

Necesitamos leyes valientes, que no solo castiguen sino que prevengan. Necesitamos que cada agencia del gobierno se responsabilice de su parte: educación, salud mental, seguridad, vivienda, familia, justicia, transporte. Todas están interconectadas en esta epidemia social.

Cada jefe de agencia debe entender que su rol no es burocrático, sino vital. La respuesta institucional ante la violencia y los accidentes no puede ser lenta ni improvisada. Las líneas de emergencia deben funcionar sin excusas. La atención debe ser inmediata. La protección, efectiva. Las comunidades no pueden seguir sintiéndose solas.

Y las fuerzas del orden tienen que estar formadas, equipadas y fiscalizadas. No basta con patrullas: hace falta sensibilidad, inteligencia preventiva, proximidad comunitaria. Hacen falta recursos. Y también voluntad.

Pero el cambio no llegará solo desde arriba.

Como ciudadanía, tenemos que dejar de ser cómplices por omisión. Denunciar. Educar. Acompañar. Construir otra cultura. Preguntarnos qué tipo de contenido consumen nuestros niños, qué tipo de referentes les damos, por qué naturalizamos la violencia, por qué banalizamos el dolor ajeno.

El uso indiscriminado de las redes sociales para mostrar escenas de crimen o accidentes, cuerpos sin vida o imágenes de menores traumatizados debe detenerse. La dignidad no puede seguir siendo atropellada en nombre del morbo o el rating. Y los medios tienen un deber ético irrenunciable.

Puerto Rico necesita una transformación radical en su manera de enfrentar la violencia, los accidentes, el abandono. Y esa transformación empieza por una afirmación que no puede ser negociable: todas las vidas importan. Todas.

Importa la vida de la mujer que grita en silencio tras una relación abusiva.

Importa la vida del joven de comunidad marginada que no encuentra oportunidades.

Foto | Canva

Importa la vida del policía que intenta hacer bien su trabajo, pero no tiene respaldo.

Importa la vida del niño que no entiende por qué hoy su escuela está de luto.

Importa la vida del conductor que no regresó a casa.

Importa la vida de quien fue dejado tirado en el pavimento.

Importa la vida del hombre sin techo, de la persona trans, del trabajador migrante, de la madre soltera, del anciano olvidado.

Cada vida es un universo. Cada pérdida, una herida que sangra en todos.

Si queremos una nueva humanidad, tenemos que construirla juntos. Y eso implica reconocer que la seguridad no es solo ausencia de violencia, sino presencia activa de justicia, de respeto, de derechos, de amor al prójimo.

Nos toca, como pueblo, como gobierno, como sociedad, dar un giro valiente.

No podemos seguir enterrando hijos, hijas, hermanas, vecinos, futuros.

Y por eso hoy, con la voz quebrada, con la esperanza intacta y con la fe en lo posible, repetimos como un mantra sagrado, como una oración que atraviesa el alma y se convierte en acción:

Todas las vidas importan.

Todas las vidas importan.

Todas las vidas importan.

Todas las vidas importan.

Todas las vidas importan.

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